jueves, 27 de septiembre de 2012

DUEÑOS DE NUESTRO DESTINO

La película Invictus, protagonizada por Morgan Freeman, cuenta los primeros meses tras la llegada al poder de Nelson Mandela en Sudáfrica. Evidentemente tiempos complicados y de grandes cambios, que tuvieron la fortuna de ser liderados por un gran hombre, por un visionario.

La película toma su nombre de un poema que acompañó a Mandela en sus muchos años de cautiverio. De hecho una de las escenas más emotivas es cuando Matt Damon, que interpreta al capitán del equipo de rugbi local, visita la celda del famoso preso 466, en Robben Island. Mientras permanece en la celda intenta imaginar la dureza y la crueldad, las humillaciones y la impotencia que tuvo que sufrir Mandela durante cada uno de los días y las noches de los 17 años que habitó ese miserable espacio. Durante la escena escuchamos de fondo el poema invictus de William Ernest Henley, texto que, según cuentan, mantuvo Mandela escrito en un pequeño trozo de papel como una de sus pocas pertenencias durante su cautiverio, y que utilizó como tabla de salvación para sobrellevar su larga e injusta condena.

El breve texto del poema atesora posiblemente la esencia de uno de los mayores descubrimientos de la humanidad: el sentido de nuestra existencia. El poema, según parece escrito desde la cama de un hospital, resalta la experiencia vital de su autor. Henley, aquejado de tuberculosis en los huesos, sufrió la amputación de una pierna con tan solo 12 años, y vivió una vida difícil en la que constantemente tuvo que sobreponerse a la enfermedad. A pesar de las circunstancias adversas, tanto Henley como el propio Mandela, supieron encontrar la forma de superar las adversidades y vivir una vida plena y digna. El secreto de sus vidas fue saberse en todo momento dueños de su destino, dueños de sus decisiones más allá de la adversidad y las dificultades. La grandeza de las personas se mide por el tamaño de las dificultades a las que se enfrentan, y sin duda ambos son personas de tallaje XXL.

Su ejemplo y su experiencia, son hoy, en tiempos de cambio, de desconcierto y de incertidumbre un magnifico espejo en el que mirarse. No importa lo duras que sean las circunstancias, a diferencia de lo que creyeron egipcios, griegos o romanos, no son los dioses los que dictan nuestro destino, no somos esclavos ni de las circunstancias ni de la suerte, sino que el hombre, por encima de todo, es siempre dueño de su destino, “capitán de su alma”. Y eso es algo que nadie nos podrá arrebatar, salvo que, víctimas de la apatía, nosotros claudiquemos y entreguemos nuestra dignidad.

También lo apuntó Viktor Frankl en su imprescindible “el hombre en busca de sentido”, obra en la que cuenta su experiencia en los campos de concentración nazis. Incluso en esas desgarradoras circunstancias- dice Frankl- …“cada hombre guarda la libertad interior de decidir quién quiere ser. (…) Y es precisamente esa libertad interior la que nadie nos puede arrebatar, la que confiere a la existencia una intención y un sentido.”

Por negro que se nos presente el futuro, por imposibles que nos parezcan los obstáculos que tengamos que superar, mientras nos sintamos dueños de nuestro tiempo, dueños de nuestras decisiones y dueños de nuestro destino, continuaremos siendo invencibles. Porque sólo se fracasa cuando se renuncia en el empeño.


Más allá de la noche que me cubre
negra como el abismo insondable,
doy gracias a los dioses que pudieran existir
por mi alma invicta.
En las azarosas garras de las circunstancias
nunca me he lamentado ni he pestañeado.
Sometido a los golpes del destino
mi cabeza está ensangrentada, pero erguida.
Más allá de este lugar de cólera y lágrimas
donde yace el Horror de la Sombra,
la amenaza de los años
me encuentra, y me encontrará, sin miedo.
No importa cuán estrecho sea el portal,
cuán cargada de castigos la sentencia,
soy el amo de mi destino:
soy el capitán de mi alma.

¡FELIZ REFLEXIÓN!

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